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03/11/2025
                    Halloween cada año echa raíces más hondas en nuestro país. No es raro ver casas decoradas con telarañas, calabazas y luces naranjas desde mediados de octubre. Lo que antes algunos miraban con recelo, catalogado incluso como una celebración demoníaca según los más conservadores, hoy se siente como una excusa más para reunirse, reír y disfrazarse.
Se nos coló una celebración que decora el año con un tono distinto, Halloween está entre el asado de Fiestas Patrias y el pesebre de Navidad. Y puede ser solo consumismo, sin embargo, las familias se juntan, los vecinos conversan y los niños tienen permiso para ser lo que quieran ser, un monstruo, fantasma, princesa, superhéroe o personaje de videojuego. Esa libertad de jugar sin juicios, vale más que cualquier crítica conservadora.
Desde padres corriendo y buscando dulces porque “van a tocar el timbre” en el clásico “¡dulce o travesura!”. Hasta jóvenes y adultos se disfrazan con un traje hecho a la medida, arrendado o prestado, para ir a una fiesta de miedo en algún local o casa, rompiendo la rutina y lo “normal” de verse bien vestido socialmente.
Por otra parte, muchos aprovechan para recordar a sus seres queridos visitándolos en parques y cementerios. Halloween y el Día de Todos los Santos, en el fondo hablan de lo mismo, del vínculo con los que ya no están, del deseo de mantener vivo su recuerdo. Por ejemplo, cada año yo participo de una ceremonia de la luz en un parque del recuerdo, donde se lee los nombres de cada ser querido que queremos que sea mencionado.
Chile siempre ha sabido apropiarse de las cosas y darles su toque, Halloween no es la excepción. Así que, si entre calaveras de plástico y dulces de colores logramos que los niños se sientan felices, que los adultos recuerden a quienes amaron y que las calles se llenan de risas, entonces bienvenido sea Halloween como antesala al Día de Todos los Santos. Porque, al final, se trata de celebrar la vida, incluso cuando nos disfrazamos de muerte.
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Autor: Máximo Martínez Campos